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Vuela Alto Ouka Leele

Ecocentro

Miro las portadas surgidas tras la muerte de Bárbara Allende Gil de Biedma, conocida en el mundo del arte como Ouka Leele y lo que todas señalan resumiendo su vida, que fue uno de los íconos de la Movida Madrileña, una de los símbolos de la posmodernidad.  

Busco y busco, para confirmar lo que me dicen las amigas que la conocieron en una etapa distinta  a esa por la que es famosa en el mundo, que ella no se consideraba a sí misma “la fotógrafa de la movida madrileña”, pues como ella decía “parece que después no has hecho nada” y como es de suponer, después de un análisis más profundo de su alma, su relación con aquella época de eclosión en la que se creó y se murió a partes iguales, por el uso indiscriminado de las drogas, era de amor, por la faceta más creativa que desarrolló y de odio, por el caos de una época que se llevó por delante a muchos de una generación.

Nosotros desde Ecocentro la queremos recordar por esa transición que hizo hacia la Vida, que se vio reflejado en su arte donde los fuertes colores de sus primeras obras se fueron suavizando, donde los interiores dejaron de ser una constante y salió de esa modernidad underground a retratar los bosques y las plantas, al fruto dorado de su vientre, una hija bellísima por dentro, bellísima por fuera, todo ello desde una mirada contemplativa por naturaleza, que ya de niña se apuntalaba en su alma, y que desembocó en lo que ella llamaba una mística de la cotidianeidad, un intento a través de su arte, en el que era políglota, poesía, pintura, fotografía…. de acercar la belleza a la realidad.

Los premios de esa cultura llegaron pronto a reconocer una particular mirada, que las que la conocen dicen que era profunda, pausada, serena, receptiva y que destilaba una ternura extraordinaria. El verdadero premio es el que le dio la vida de poder vivir desde otro plano de conciencia. Se describía a sí misma como “romántica, mística, religiosa en un sentido profundo” y todos los amigos que la intimaron así nos lo atestiguan.

Y esa es la dimensión de Bárbara con la que nosotros nos quedamos. La de una alquimista de la Vida. De una intensidad extraordinaria, valiente para enfrentarse a una cultura decadente en muchos aspectos, que le hizo descolarizar a su hija para educarla e la libertad de ser alguien único. Las fotos de la infancia de su hija son el arte con él que yo más puedo identificarme, en la naturaleza pura, con un ser al que no le quiso robar la pureza con el adoctrinamiento.

La enfermedad que la visitó demasiado joven la dio esa profundidad de quien ve a la muerte acercarse y la catapultó hacia la Vida con mayúscula. Un amor a la vida que muchos reconocían en su alegría. Se volcó en una búsqueda de la pureza, de lo que permite la vida, combatiendo lo que la enferma, los tóxicos, los pesticidas, el pensamiento único que todo lo aplana. Y por eso la conocemos en Ecocentro, pues en busca de los ingredientes que eran respetuosos con la naturaleza que amaba retratar, se pasaba horas en nuestros espacios, buscando lo mejor, lo excelente, para cuidarse, para  cuidar la tierra y la tierra de su cuerpo. Elaborando sus fermentos,  sus kombuchas, su magia cotidiana en los pucheros donde se cocina la auténtica medicina que da la salud verdadera.

Bárbara tenía planes, de llevar a los colegios su magia, a la infancia, tenía vida, pero la pandemia troncó, como a muchos, su resistencia a un mal que se extiende y que todo lo afea, todo lo pervierte. Encerrada en su piso de Madrid durante el arresto domicilario que el Tribunal Constitucional ha declarado ilegal, sufrió en sus carnes la falta de libertad que se extiende y para un alma tan sensible eso puede precipitar el vuelo de una jaula insoportable.

Como para tantas personas la prueba fue muy intensa, la muerte de la distopía buscando a los vivos para anestesiarlos, encarcelarlos en una realidad virtual y artificial, alejándonos de lo que nos hace seres propiamente humanos y Bárbara era profundamente humana. La enfermedad la fue venciendo, como a los animales salvajes cuando los meten en jaulas para domesticarlos y todo su sistema se deprime.

El Cielo hará justicia con tantos que han visto sus sistema inmune palidecer ante las medidas dacronianas y desproporcionadas de las que desconocemos aún todas las secuelas y que nos atrevemos a señalar en este obituario, pues sabemos que ella era combativa, no sólo en el carro de la compra, que era su carro de combate ante la injusticia de una industria alimentaria que nos envenena sino con todo lo que se cernía sobre nuestras almas en estos tiempos de tribulación para los que aún andan despiertos.

Llegó su hora de partir y la queremos recordar con afecto dejando sus palabras sobre la muerte: “No me gustaría morir, me gustaría salir volando tranquilamente, diciendo a mi gente querida hasta luego, y si me dejara el cuerpo abajo en el intento, que lo enterraran con una capita de tierra en un bosque”. Era un alma que pertenecía a la Madre Tierra y al Padre Cielo, una hija de la libertad y al final de este encierro lleno de secuelas en nuestra sociedad, voló y la deseamos ese bendito viaje de retorno a su jardín metafísico, lleno de las flores que amaba y que supo darles un lugar privilegiado en su obra enfrentando las corrientes de violencia que anegan el arte contemporáneo.

Aquí quedan las palabras, también, de su fruto más hermoso, esa hija y colaboradora durante muchos años, María Rosenfeldt, que la despedía con una bella foto de ambas y este mensaje: “Te amo infinito, gracias por darme la vida y enseñarme a vivir con libertad y pasión, vuela alto Preciosa”.

Beatriz Calvo

Gabinete de Comunicación Ecocentro