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Oruç Güvenç vuela alto maestro

Beatriz

Quieren estas líneas ser un obituario, un homenaje de palabras sentidas desde la veneración a los que dedican la vida a la entrega, al servicio. A los maestros que aún pueblan el mundo como facetas de la misericordia divina, que se reflecta en un mundo que ha sido separado, como la caña del ney que gime por ello llena de lamento, para poder existir y jugar a ese misterioso juego del amor, buscando al Amado escondido, que en el fondo eres.

Personas que consumen su vida siendo llamas de luz para los que van a oscuras, cargando su propia cruz con la ligereza de saber que el yugo es suave cuando se va de la mano del Rey del universo, dando ejemplo de que la vía es posible en medio de la tragedia que vivir siempre supone.

Rahni Oruç Güvenç nos ha dejado, ha volado lo más alto que se puede gracias al trampolín de la muerte. Era un hombre de espíritu, de ciencia y de música y su vida fue un entramado perfecto de estos tres mimbres, talentos otorgados por el cielo que multiplicó para el bien de todos los seres.

Licenciado en filosofía en la Facultad de literatura, se le veía en su mirada el arte del pensar y el amor a la poesía que recorrió su vida. Se doctoró en psicología clínica en la Facultad de Medicina en Turquía con una investigación sobre la ciencia tradicional de la musicoterapia, y fundó un centro vinculado a la Universidad para aplicar la ciencia ancestral en todo tipo de enfermedades mentales, recuperando con ello el arte de los músicos y chamanes de Asia central que desarrollaron los makams, una amplia gama de tonalidades que poseen efectos curativos específicos en el ser físico, emocional y espiritual y que desde la inducción de estados de trance curaban en los antiguos hospitales de Anatolia o viajaban como derviches por esos caminos de Dios y juntaban a los locos, los excluidos, los que viven en el tormento de no tenerse y en las plazas públicas les tocaban el alma para devolverles el equilibrio perdido. Aroma de Jesús expulsando los demonios de la desarmonía.

Dedicó su vida a transmitir esta ancestral sabiduría desde los registros del espíritu y de  la ciencia, el único lenguaje posible para muchos hombres contemporáneos;  realizando estudios empíricos sobre los efectos de estas músicas. Trabajando con pacientes en la Universidad de Estambul y llevando la sanación a sus almas. Recuperando esa ancestral medicina que con el espíritu del cielo que vehicula la música alienta a los corazones a salir hacia la luz. Pero su mirada científica estaba entre cosida a la perfección con su mirada espiritual, Oruç fue un maestro sufí de diferentes turuk, cofradías espirituales, destacamos la que más se conoce en Occidente, la Mevlevi, fundada por el poeta entre poetas Rûmî, el amante entre los amantes. Y de todas ellas recogió el conocimiento de forma oral, como se ha trasmitidos desde los orígenes, de corazón a corazón, de maestro a discípulo.

El fruto de un corazón cultivado con el recuerdo, el Dikhr de los sufíes, son entre otros secretos la compasión que nace de la comprensión de la Unidad que subyace a todo lo creado, la multiplicidad de seres quedan reducidos a Uno. Por eso Oruç viajó por el mundo donando su música, su tercer mimbre y fundó y dirigió durante toda la vida el grupo musical Tümata, original de Turquía, que cuenta con más de cincuenta músicos en todo el mundo.

Y aquí intercalo la anécdota personal, un año antes de conocer a Oruç personalmente,  viajé por España con una sola cinta de cassette que encontré Dios sabe dónde, era uno de esos makams con los que el curaba el alma, la escuchaba sin tregua en todo mis trayectos, sin agotarla, siempre como fuente de agua viva, una y otra vez hasta extenuar lo que afligía a mi alma. Fue una música sanadora que pude escuchar en directo un año después en uno de los primeros conciertos que dio Oruç en España, en Cataluña, donde le entrevisté por primera vez para un reportaje de la revista Más Allá con Mar Lana Díaz de Espada.

Con sus tres mimbres Oruç viajaba infatigable por el mundo, como un derviche,  llevando al alma dolida de una civilización perdida la medicina de las músicas tradicionales, sufís, turcas,  las piezas más antiguas de la humanidad, se desparramaban entre sus dedos, pués interpretaba con maestría los instrumentos tradicionales: ney, rebab, copus y ud, entre otros.

Desvelaba con su voz esas músicas que nacen del corazón de los hombres con visión de otros mundos que se entretejen con el nuestro, el visible,  y las interpretaba con instrumentos tradicionales de la más variada sonoridad y procedencia, de formas bellas, arcaicas, ancestrales, algunos completamente desconocidos y evocadores de un tiempo que se nos escapó entre las manos.

Con sus conciertos y semas, audición espiritual de la música, adornados de hermosas vestimentas mostró el camino del corazón, ayudando a muchos a alcanzar la experiencia de la unidad a través de la belleza, de ese secreto que vehicula la música que decía Rûmî que si lo desvelase ardería el mundo. A través del Dikhr Allah, la repetición y remembranza de los Nombres divinos, y la ceremonia de los derviches giróvagos, que convoca desde un vaciamiento del corazón al Dios del Cielo que sana la Tierra herida de su ausencia hizo honor a las enseñanzas que seguía del adán de los poetas, Rûmî.

Celebró por todo el mundo en sesiones de hasta 90 días, ceremonias continuas, como el juego de la noche y el día, en  donde la danza, la música, la poesía y el dikr se superponían en alabanza continua.

Y aquí va la segunda anécdota que explica el porqué de mis palabras sentidas sin apenas conocerle, el por qué dejan huella los maestros, a los que se les ama aunque no se les frecuente. Vino a realizar un sema a Lalita, que yo dirigía en aquel tiempo, de siete días. Trajinando en la cocina saqué mi flauta y le canté a la alegría, en ese momento Oruc pasaba por el comedor y escuchando la pasión de mi melodía me pidió que participará en el sema, tocando con sus músicos, yo muy tímida le dije que no era música sólo apasionada, que no sabía más que tres notas, pero insistió con una bella mirada de azules, así que después de comer acudí temerosa al círculo y empecé a tocar por primera vez en un escenario, mientras ininterrumpidamente un grupo de hombres y mujeres giraban, para el que sol no se detuviese girando alrededor del centro del Amor.

A los 15 minutos, mientras Oruç me felicitaba, diciendo, “bueno, muy bueno”, se levantó y me dijo, “me voy a descansar, mantén el fuego. La música no puede cesar, el giro no puede cesar”. Y con una sonrisa pícara de quien sabe que te está sometiendo a una de las pruebas de tu vida: impedir que el sol del instante deje de girar, por las nubes de la mente, buscar la raíz de las raíces que es la propia alma, para que el agua de la música no deje de fluir, me abandonó en medio de mi pobreza musical y espiritual.

Toqué durante casi dos horas, el pobre músico profesional turco que quedó conmigo, tuvo una paciencia infinita, yo no sabía música y menos turca, sólo sé improvisar con 5 notas; tuve que atravesar la humillación de ser desvelada mi total ignorancia, expuesta; como en un bucle repetía una y otra vez las mismas frases, pero la autoridad del Shaij me impedía salir del fuego, de mis emociones de miedo, de vergüenza.

Pobre de solemnidad ayudé a girar el sol del corazón de aquellas personas que giraban y cuando Oruç volvió a aparecer vi el fin de mi condena, de la responsabilidad de sostener los corazones en el giro que busca a Dios, abandoné el escenario aliviada y cambiada, agradecida y humilde por la enseñanza recibida.

Volví a verle 15 años después, Elena Rubio, directora de la Escuela de Oruç en Madrid me facilitó una entrevista con él, y le tradujo mis preguntas. Tuve la extraña sensación mientras tenía el privilegio de su cercanía que sería la última entrevista que daría, un presagio cruzó mi mente y quise aprovechar toda mi presencia para ser receptáculo privilegiada de su última enseñanza grabada.

Un mes después de esta entrevista que realicé para Hilo de Ariadna el maestro sufí Oruç Güvenc abandonó su cuerpo e inició el gran viaje para todo amante de Dios, el encuentro con el Amado. Tenemos el raro privilegio de haber preservado para la posteridad su bellísima enseñanza sobre el poder sanador de la música en una entrevista que combina música y palabras.

Queremos ofrecerla como obituario perfecto a una trayectoria vital de servicio y entrega que le ha llevado a recorrer el mundo ofreciendo la medicina del alma, con sus canciones ancestrales, instrumentos de la mil y una noche que religan al hombre de la tierra anhelante de Cielo.

Vuela, vuela alto maestro hacia el Amigo. Vuelve a la raíz de las raíces.

Agradecemos los subtítulos a Jordi Delclòs y Kamilia, que han traducido durante semanas para ofrecernos esta joya.

Flota, confía goza

El Profeta dijo: nadie voltea hacia atrás

y se lamenta de dejar

este mundo. ¡Lo que se lamenta

es cuán real pensamos que era!

Cuánto nos preocupamos

de las apariencias y qué poco

atendimos a aquello que se mueve

a través de la forma. “¿Por qué pasé

mi vida negando la muerte? ¡La muerte

es la clave de la verdad!”

Cuando escuchas lamentos como ese

di, en voz baja, para ti

“Aquello que te movía entonces

todavía te mueve, la misma

energía. Pero ahora entiendes

perfectamente que no eres

esencialmente un cuerpo, tejido, huesos,

cerebro o músculo. Disuélvete

en la lúcida visión. En vez

de mirar abajo hacia la tierra

del camino enfrente

mira hacia arriba: ve ambos mundos,

el rostro del rey, el océano

esculpiendo y llevándote

consigo. Has escuchado

descripciones de ese mar. Ahora

flota, confía y goza su moción”.

Rûmî

Qué vuele, qué vuele su legado, alegría para los corazones que anhelan el regreso, el ya volvió al amado, dejando la tierra sembrada de rastros. Aquí os dejo uno de los últimos.

Beatriz Calvo Villoria.

www.ecologiadelalma.es