A todos los hijos de la Tierra y del Cielo

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La voz de la tierra habla fuerte y clara para quien tiene oídos para oír. Japón, una de las economías más poderosas del planeta, una de las potencias mundiales que ha desparramado su inteligencia en la creación de una tecnología que atrapa el mundo en una realidad virtual, que enreda a sus propios hijos en artefactos que les impiden mirar la luz de la luna; que ha tejido con su proverbial fuerza de voluntad una maya ilusoria; que ha desconectado a un pueblo humilde y sabio de sus olas, de sus cerezos, de sus templos, en pos de un progreso alienante que ha hecho sucumbir a mucho de sus jóvenes en el abismo del suicidio -una de las tasas más altas del mundo-, llora a sus muertos.

Muertos, que son los nuestros, pues Todo es Uno. Lloremos todos por haber perdido la Vía de una vida sencilla y real, lloremos todos porque los poblados de pescadores japoneses quedaron vacíos de jóvenes que huyeron a la ciudad convencidos por la matriz seductora, que el sudor de la frente para obtener el pan era una mera creencia superable, y que los cantos de sirena del poder del mundo, que despertaban su ambición de tener en vez de ser, eran más reales que una merluza atrapada en la red zurcida, durante días y noches, en presencia de la madre naturaleza.

Lloremos todos, porque decidimos progresar chupando con nuestras máquinas las venas de la tierra, para extraer su sangre negra, residual y construir un imperio del mal hacer en vez de seguir mirando al sol cada mañana y remendar los zapatos, tejer la camisa de toda una vida, o labrar con mesura la amable y fértil piel de la tierra.

Lloremos, porque elegimos crecer a toda costa, a costa del sentido común; porque hicimos de la muerte un tabú, y desalojamos de nuestra almohada a la más impecable maestra de nuestras vidas.

Lloremos porque como renovados prometeos robamos el fuego a los Dioses y violamos el núcleo del átomo para saciar nuestra sed de bienes materiales. Lloremos porque la Cólera de la Justicia del Cielo se tiene que desatar en cumplimiento de la ley de la causa y el efecto para proteger a la Madre profanada una y mil veces, para vengar la violación sistemática de la infancia por pueblos perversos, para salvar millones de almas primordiales que a duras penas soportan la invasión de sus culturas por el arrogante homus tecnologicus. Roguemos porque una ola inmensa borre de nuestra alma tanto mal y caigamos a tierra, humillados, ante la majestad y la potencia de quien creó todas las maravillas del Universo, y recordar postrados sobre la tierra que se nos olvidó elegir y ensalzar lo único que tiene realidad en este mundo, la Conciencia de Ser Unificada.

Beatriz Calvo