cristobal

Cristóbal Colón. Psicólogo y empresario

Beatriz

«Tenemos el sentido del bien, la verdad y la belleza dentro de nosotros. Son inmanentes y la inmanencia está en todo.»

No nos resistimos a jugar con el nombre de nuestro entrevistado, como portador de diversos significados que de alguna manera nos pueden servir para presentarle a él y a la cooperativa La Fageda que dirige. Habla la leyenda dorada de un tal Cristóbal que ayudaba a cruzar sobre sus hombros, de una orilla a otra de un río tumultuoso, a todos los que lo solicitaban, simbolizando a lo largo de los siglos a «el que ayuda con la carga». La carga que transporta nuestro entrevistado, al montar una empresa que permite a todos los enfermos mentales de su comarca, la Garrotxa, encontrar una identidad distinta a su estigma de no valer socialmente para nada, es suave y ligera, gracias a su enfoque universal de lo que es el hombre. Un enfoque capaz de trascender las etiquetas que dejan a los «locos» y a los «tontos» fuera de la sociedad que les margina. De la orilla del abandono y el ostracismo a la orilla del reconocimiento, al haber convertido a La Fageda en la tercera empresa de postres lácticos de Cataluña.

Hombros fuertes con ideas claras: todos tenemos la responsabilidad, enfermos o no, de hacernos cargo de nuestras propias vidas, de la mano de principios universales como la honestidad, la contención, la perseverancia, el trabajo, la calidad, el esfuerzo… lo que posibilita la transformación del individuo «dañado» en individuo útil para una sociedad a la que enriquece con su saber hacer desde sus particulares capacidades.

Su apellido nos permite también jugar con esa idea del asombro que permite el descubrimiento de algo para muchos desconocido: que rentabilidad económica y responsabilidad social no sólo son compatibles sino convergentes, pues el bien tiende a irradiarse y a cosechar frutos. Frutos visibles: una facturación anual de más de 14 millones de euros, 45 millones de yogures de altísima calidad vendidos al año, una de las mayores granjas de vacas de la comarca y la empresa de jardinería más grande de Cataluña. Pero también invisibles: la alegría compartida de 280 personas que sin etiquetas fronterizas, de válido e inválido, demuestran que la cooperación y la generosidad con los que menos pueden, en medio de la selva de lobos en la que habitualmente vivimos, son los frutos que necesita el corazón de la sociedad entera.

Destacados:

«Estamos en crisis, en mi opinión, porque se carece de principios. O de principio.»

«Para quienes formamos parte del proyecto, y para las personas con enfermedad mental todavía más, el hecho de que ese proyecto económico tenga éxito es la mejor herramienta terapéutica de que disponemos.»

«El problema de la economía actual es que ha confundido los medios con los fines.»

«Tenemos claros cuáles son nuestros fines y cuáles son nuestros medios, y cada día intentamos hacer esa distinción: para qué estamos aquí y qué es lo importante. Esa reflexión debería ser, a mi entender, ser el punto de partida de cualquiera que se dedique a la actividad económica.»

«Tenemos auténtico terror al vicio de la avaricia y a la falta del sentido de las proporciones.»

«La crisis en que ahora nos encontramos, se debe precisamente a que cuando el ser humano no tiene un centro trascendente desde el que pueda interpretar la realidad e interpretarse a sí mismo, cae en el subjetivismo y en la egolatría.»

«No se puede hablar de honestidad, de honradez, de justicia, de verdad, porque todo está subjetivizado y sometido a la dictadura del ego de cada cual.»

«En nuestra organización hay una serie de normas y de leyes que todos entendemos, pues son de sentido común: el respeto a las personas, la honradez, la verdad y el sentido de la justicia.»

«Para implantar los criterios de una economía del bien común hace falta luchar contra el sentimiento de la avaricia sin límite que está extendida entre toda la población.»

«Una empresa con alma es aquella que reconoce el alma y la dignidad del individuo, al mismo tiempo que le otorga una responsabilidad y que le exige.»

¿Puede hablarnos del espíritu que animó la creación de La Fageda?

Yo estaba trabajando como psicólogo en el Hospital Psiquiátrico de Gerona y la prácticaprofesional dentro del manicomio y dentro de las corrientes psicológicas y del psicoanálisis era para mí completamente decepcionante; por otra parte, pensaba que el trabajo podía ser un elemento para que las personas encontrasen sentido a sus propias vidas. Entonces, la opción era crear una estructura fuera de lo que sería la psiquiatría oficial, un proyecto que fuese coherente con lo que yo pensaba. Así, La Fageda nace por la necesidad personal de encontrar un sentido nuevo al trabajo que venía realizando.

¿Nos puede contar la evolución de ese primer proyecto y describirnos los distintos proyectos que han ido naciendo de ese espíritu? ¿Cuál es su estructura actual?

Cuando decidimos abandonar el proyecto hospitalario, iniciamos en Olot una pequeña aventura empresarial con un grupo de enfermos de la comarca de la Garrotxa que estaban en el psiquiátrico. Desde nuestra práctica en el hospital, donde habíamos puesto en marcha centros de laborterapia comprobamos lo evidente: que la actividad laboral puede ser un elemento enriquecedor en la vida de las personas; intentamos poner en marcha un proyecto simple, en el que empezamos a hacer jardinería y algunas actividades para otras empresas con el objetivo de comprar una finca, que es lo que hicimos en el año 84, y en esa finca empezamos a desarrollar actividades de tipo agrícola.

Desde el año 84 hasta hoy han pasado casi 30 años. Hemos tenido todo un proceso de evolución tanto en la dimensión asistencial como empresarial, porque actualmente estamos dando trabajo a todas las personas con enfermedad mental o discapacidad intelectual de la comarca de La Garrotxa, y para crear esos puestos de trabajo hemos tenido que crecer y desarrollar lo que son las actividades de tipo productivo. Es decir, ha sido un proceso doble: la creación de esos puestos de trabajo ha requerido poner en marcha otras actividades económicas.

¿Y cuáles son las actividades que ahora configuran La Fageda?

Actualmente trabajamos para los ayuntamientos y somos los guardabosques del parque natural de la zona volcánica, donde tenemos una empresa de servicios que hace jardinería y mantenimiento de mobiliario urbano. Tenemos un vivero en el que cultivábamos hasta hace poco plantas forestales y de paisajismo, pero ese mercado se ha hundido con la crisis y ahora lo hemos reconvertido para producir hortalizas y frutas. Y hemos creado también una pequeña fábrica de mermeladas y conservas de frutas. Tenemos una granja con quinientas vacas lecheras, y la actividad más importante, y la que nos ha dado mayor relevancia a nivel social, es que tenemos una fábrica de postres lácticos en donde fabricamos yogures y cremas, postres a base de leche. Ésas son las actividades económicas.

¿Discapacitados, gente con capacidades diferentes, singulares? ¿Cuál es la mejor manera de nombrar esa realidad y de relacionarse con ellos en un proyecto de trabajo?

Para nosotros no es tanto cómo se los nombre sino cómo se los trate. Creemos que cualquier persona tiene unas capacidades y unas limitaciones, y nosotros intentamos que todas las personas que trabajamos en este proyecto seamos conscientes, primero, de nuestra responsabilidad personal ante el trabajo que tenemos que realizar y, después, que esa responsabilidad nos lleve a desarrollar las capacidades que tiene cada cual. Cualquier persona, tenga una discapacidad o padezca una enfermedad mental o no, tiene esa responsabilidad de hacerse cargo de su propia vida, y cuando uno participa de un proyecto conjunto donde tiene que compartir y respetar esas capacidades y esas limitaciones de cada uno, la suma de todas las capacidades va a ser aún mayor. Dos y dos ya no son cuatro, sino que dos y dos pueden ser cuarenta y cuatro.

Esa es un poco la filosofía que nosotros implantamos: la responsabilidad individual, el respeto en las relaciones y el saber que cuando se hacen bien las cosas, los resultados suelen ser buenos.

¿Y cuál es la proporción entre los discapacitados y los capacitados de otra manera?

Somos un colectivo de unas doscientas ochenta personas, de las cuales ciento ochenta, por decirlo en tono jocoso, tienen un certificado que les reconoce unas capacidades o unas discapacidades; y luego hay quienes todavía no tenemos este certificado pero que podríamos tenerlo igualmente.

Dentro de nuestra estructura empresarial, esas cien personas que no tienen certificado llevan el tema de administración, comercial, I+D. Son una serie de puestos de trabajo que requieren de una especial cualificación profesional. Hablo de biólogos, financieros…, y ése es el conjunto que intentamos sacar adelante el proyecto cada día.

¿Cómo describiría la esencia del trabajo y por qué se vuelve terapéutico al estar asociado a unos principios?

En general cuando las personas tienen una enfermedad mental o una discapacidad intelectual, ya sea por ellas mismas o por el entorno, tienen una tendencia a eludir la responsabilidad individual. En el caso de la enfermedad mental es muy claro, pues la persona que la padece acaba identificándose con la enfermedad, y llega a decir, «yo soy un enfermo mental».

Nosotros intentamos decirle: «No, tú eres fulanito de tal, que tienes una enfermedad mental, y esa enfermedad mental es una cosa independiente de lo que tú eres». Yo me llamo Cristóbal y soy miope, pero no me presento como Cristóbal miope. La enfermedad mental es una parte de tu vida y, en la medida en que la separes, podrás intentar ejercer algún tipo de dominio sobre ella.

Desde esta reflexión, este tipo de personas tiene una autoestima muy baja, se perciben a sí mismos con poco valor personal. Así pues, lo que intentamos es que vuelva a reencontrarse con esa identidad que todo individuo tiene y que se haga cargo de ella. Y el trabajo es un escenario tremendamente rico, porque a medida que uno se esfuerza en hacer una cosa bien, y sale bien, de alguna manera se puede comprobar que no se es tan malo como se pensaba.

Hace unos años La Fageda era una empresa a la que ―permítaseme decirlo en un tono un tanto brusco― venían a trabajar «los tontos y los locos» del pueblo. Actualmente, el prestigio que tiene nuestra institución entre la población es muy grande. Entonces, ¿qué quiere eso decir? Que a mí, enfermo mental, los otros me miraban antes como una persona con poco valor, y ahora me miran como una persona capaz de hacer unos yogures de máxima calidad. Con lo cual, ya no estoy tan enfermo como pensaba. Es un poco parar una rueda que va hacia atrás; pararla primero y luego intentar que esa rueda gire hacia delante. Cuando una persona no trabaja, acaba quedándose en su casa, fumando, viendo la televisión y comprobando, de un modo u otro, cómo su vida trascurre con poco sentido, con escaso valor.

¿Cómo se combina el proyecto social con la parte más puramente empresarial?

Nosotros montamos una empresa, no porque seamos empresarios, sino porque queremos crear puestos de trabajo para intentar dar sentido a la vida de unas personas que lo tienen complicado. Para funcionar, una empresa tiene que cumplir una serie de requisitos, tenemos que hacer un buen producto. En la medida en que hacemos bien el trabajo como empresarios (el mercado dirá si realmente los bienes que estamos produciendo son buenos o no), ese proyecto empresarial eficaz acaba convirtiéndose en la mejor herramienta terapéutica.

Es decir, para quienes formamos parte del proyecto, y para las personas con enfermedad mental todavía más, el hecho de que ese proyecto económico tenga éxito es la mejor herramienta terapéutica de que disponemos. Porque no solamente tenemos éxito hoy, sino que tenemos la obligación de seguir haciendo las cosas mañana porque, si no, no tendremos éxito mañana.

 ¿Es compatible la labor social con el lucro económico?

Yo hablaría más de rentabilidad que de lucro. Nuestra experiencia de treinta años dice que, además de ser compatible, es posible ser rentables aun persiguiendo un objetivo social, lo cual no significa que sea fácil.

¿Cree que efectivamente ese ejemplo de tener en cuenta otros valores no sólo monetarios o de beneficio económico en una empresa es exportable?

El problema de la economía actual es que ha confundido los medios con los fines. Es una de las cuestiones que define el caos en que nos encontramos actualmente. Para nosotros nuestra actividad empresarial es un medio, no un fin en sí mismo. Nosotros montamos esta actividad empresarial, con las diferentes secciones que desarrollamos, con el objetivo de que esa creación de riqueza revierta en las personas que estamos dentro del proyecto. En el medio económico actual es al revés, es ganar dinero por ganar dinero. Nosotros tenemos claros cuáles son nuestros fines y cuáles son nuestros medios, y cada día intentamos hacer esa distinción: para qué estamos aquí y qué es lo importante. Esa reflexión debería ser, a mi entender, ser el punto de partida de cualquiera que se dedique a la actividad económica.

Ustedes se niegan a salir de Cataluña y «crecer» hacia otras comunidades. La relocalización de la economía es una de las claves que algunos economistas señalan como necesaria, frente a lo que personalidades como Leonardo Boff llaman «el anticristo de la globalización». ¿Tienen en cuenta eso a la hora de limitar su ámbito de actuación?

Claro. Nosotros tenemos auténtico terror al vicio de la avaricia y a la falta del sentido de las proporciones. Creemos que nuestro proyecto tiene que ser sostenible y no compartimos ese principio de los economistas de hoy que dicen que si no creces, desapareces. Ese crecimiento, llevado hasta el infinito, conduce al absurdo.

Pensamos que somos unos agricultores o unos ganaderos que tienen una actividad económica y lo que queremos es que esa actividad económica sea sostenible y ya lo es. No tenemos ninguna necesidad ni ninguna ambición desmesurada de crecer, repito, hacia el infinito. Hemos creado una marca, la gente nos reconoce como unos productores locales; la gente viene a visitarnos aquí, por nuestra finca, que se encuentra en el centro del parque natural, recibimos de cuarenta a cincuenta mil personas que vienen a disfrutar del entorno natural, y la gente entiende que es un producto que lo hacemos aquí y que se distribuye en nuestro territorio.

Una gran parte de los consumidores de La Fageda no saben de la labor social que hay detrás de la marca. Cualquier publicitario lo usaría como reclamo ¿Por qué ustedes no lo hacen?

Tenemos dos razones por las que no hacemos esto. La primera es una razón de tipo ideológico. Sería una incoherencia que el discurso interno fuese potenciar las capacidades, y en cambio, el discurso externo dijese «ustedes, consumidores, consuman este producto que está hecho por personas discapacitadas».

No queremos caer en esa contradicción, en esa incoherencia. Por lo tanto, nos presentamos al consumidor como unos fabricantes de yogures de máxima calidad, que eso es lo que queremos que crean que somos; o al menos esa es la intención con la que venimos a trabajar cada día.

Ese discurso es el que proponemos hacia dentro y hacia fuera. Aparte de que pienso que tampoco sería un argumento muy eficaz. Creo que el argumento es más bien: «Pruebe usted este yogurt y verá si realmente es diferente del que hacen las grandes multinacionales». Y por eso hace veinte años que estamos vendiendo yogures y por eso cada vez se valora más nuestro producto, no porque los haga fulano o mengano, sino porque está bien hecho.

Desde el ámbito de las religiones se ve la creación de riqueza como una búsqueda legítima y honorable y como una fuerza motivadora dentro de la vida humana, pero dentro de un cierto marco moral que la limita, como la prohibición del elevado interés en los préstamos o la usura o la prescripción del diezmo. Sin una creencia, en el más amplio sentido de la palabra, que hunda sus raíces en la dimensión inmaterial del ser humano, ¿es posible inculcar los valores del esfuerzo, la honestidad, la responsabilidad de que usted habla y la austeridad, que nos ayudarían en la necesaria transformación?

Ésta es la gran pregunta. Cuando en los últimos años oigo hablar de la crisis de valores, digo: «¡Oiga!, pero, ¿de qué valores me habla?» A mí me gustaría hablar de principios, no solamente de valores, pues todos valoramos cosas. La pregunta es en dónde se sustentan esos supuestos valores que dicen que están en crisis. Estamos en crisis, en mi opinión, porque se carece de principios. O de principio. Esa crisis moral, la crisis en que ahora nos encontramos, se debe precisamente a que cuando el ser humano no tiene un centro trascendente desde el que pueda interpretar la realidad e interpretarse a sí mismo, cae en el subjetivismo y en la egolatría.

Es decir, en la sociedad actual lo que se valora es simplemente el individuo por sí mismo. De ahí que no se puede hablar de honestidad, de honradez, de justicia, de verdad, porque todo está subjetivizado y sometido a la dictadura del ego de cada cual. Y eso lleva directamente al caos, al caos y a la falta de ética y de confianza entre personas e instituciones, y eso es lo que muestra la realidad cotidiana en que vivimos. Yo creo que ésta es la clave: que esos valores de los que se habla son valores que no se apoyan en nada consistente y cada cual los interpreta según su criterio. Como decía Groucho Marx: “Éstos son mis valores, y si no les gustan tengo otros». Todo está sometido a la inestabilidad del individuo.

Sí, y eso me lleva a otra pregunta: ¿cómo inculca usted en esas doscientas y pico personas que trabajan el sentido de la responsabilidad, si no hay en ellos un sentido trascendente? ¿Cómo se hace para que la responsabilidad emerja sin evocar ese principio?

Hay un nivel estrictamente pragmático, de modo que cuando se dice a los demás que hay que ser honrado, todos saben lo que es ser honrado, independientemente de que tengan o no ese sentido de lo trascendente. Tenemos el sentido del bien, la verdad y la belleza dentro de nosotros. Son inmanentes y la inmanencia está en todo. Lo que pasa es que esto es difícil de explicar a nivel intelectual. Aquí, en nuestra organización, hay una serie de normas y de leyes que todos entendemos, pues son de sentido común: el respeto a las personas, la honradez, la verdad y el sentido de la justicia. Yo podría explicar que hay que ver en el otro un yo y en el yo un otro, que ésa es la base para respetarse a uno mismo y respetar a los demás, pero, claro, eso se puede entender o no…

Esta serie de normas son las que han permitido hasta la fecha de hoy que la sociedad avance. Cuando estás en un colectivo en donde eso no solamente se dice, sino que se hace, y se penaliza a quien no lo haga, esto genera un buen ambiente, genera un cierto entusiasmo en el trabajo y el sentimiento de estar comprometido con un proyecto que va más allá de los intereses individuales. Es decir, la gente no viene aquí sólo a ganar un salario. Venimos aquí sabiendo que nuestro proyecto trasciende. ¿Por qué? Porque estamos ayudando a una serie de personas que tienen carencias, con lo cual hay un componente, digamos, de solidaridad o de caridad, por utilizar los términos realistas, y ese elemento genera un sentimiento de pertenencia y de compromiso con el proyecto.

Hasta ahí se puede llegar sin tener una visión del mundo y del hombre más allá de lo que la sociedad actual entiende y está por la labor de entender, lo cual no significa que los que sí tengan esa visión no puedan irradiar, porque cuando se ven conductas y actitudes, cuando se ve responsabilidad y seriedad, se reconoce que eso está bien. Es predicar con el ejemplo.

Su empresa se podría enmarcar en el modelo de la economía del bien común que mide el éxito, no por indicadores monetarios como el beneficio financiero o el PIB, sino por el balance del bien común. En su opinión, ¿qué le hace falta al sistema político y social actual para realizar ese cambio de paradigma?

Para implantar los criterios de una economía del bien común hace falta luchar contra el sentimiento de la avaricia sin límite que está extendida entre toda la población, es decir, contra el hecho de que todos queramos poseer cantidades ingentes de dinero. Los ricos que tienen mucho dinero quieren tener más y los pobres que no tienen dinero quieren tener más. Y eso es lo que nos ha llevado a esta crisis económica actual.

Yo suscribo la economía del bien común, pero en el fondo la clave de ir hacia esa economía o no está en los individuos. Los individuos en su gran mayoría no estamos pensando en el bien común sino que estamos pensando en el bien propio y exclusivamente en nuestro propio bien a costa de esquilmar el planeta o contaminarlo, porque vamos a esa política del corto plazo, sin valorar las consecuencias a medio y largo plazo, no solamente sobre el entorno sino sobre nuestras propias vidas. Es, pues, un problema difícil de resolver, porque la clave está en el interior de cada uno, en saber qué es lo importante en nuestras vidas, para cada uno de nosotros.

En una parábola budista muy famosa, contenida en el Sutra del rugido del león, el hecho de que el rey no compartiera su riqueza lo llevó a la pobreza, que luego se convirtió en la causa principal de comportamiento inmoral y en descomposición social. ¿El hombre moderno está incapacitado para entender las parábolas de la sabiduría y retornar, siguiendo esa guía, hacia una economía con alma?

Pues claro. El hombre moderno no solamente está incapacitado para comprenderlas, sino que ni las conoce. O conoce las parábolas del cristianismo o de otras religiones pero está mirando hacia otro lado. Estamos otra vez ante la pérdida del sentido de la vida. Las personas están ahora focalizadas en lo material e intentan llenar el vacío existencial que genera ese interés por lo material con más materia. Es como el que echa agua en una cesta. Tanta agua como eches tanta se irá, porque están llenando un vacío con un elemento que no le sirve, porque ese vacío existencial del hombre moderno le lleva a querer acumular cada vez más riqueza y el vacío se mantiene. Simplemente, el error procede del planteamiento. Si no se analizan y atacan las causas, no se puede incidir en los efectos. ¿Cómo se puede prescribir una medicación sin contar con un diagnóstico claro? Ésa es la clave, y el error es pensar que con más, con más placer, con más dinero, con más posesiones, con más no sé qué… seré feliz. En el fondo es lo que buscamos todos, ¿no? Y no es verdad que ese camino nos lleve a la felicidad.

¿Cuáles deben ser, entonces, las bases y los fines de un proyecto empresarial con alma?

La primera cuestión que he mencionado antes es tener claros los fines y los medios. Una empresa tiene una doble finalidad: la primera es la de producir bienes que un tercero necesita, producirlos honradamente; la segunda es el bienestar de las personas dentro de la empresa para que tengan una vida digna. Y que todo eso perdure en el tiempo. En otras palabras, la empresa debería, de cara al exterior, ofrecer servicios o productos honestos, verídicos, ofrecer realmente lo que dice que ofrece, y, de cara al interior, debería reconocer y respetar la dignidad de las personas que la componen. Las empresas no existen, lo que existen son grupos de personas que en conjunto hacen una determinada tarea.

Para mí, una empresa con alma es aquella que reconoce el alma y la dignidad del individuo, al mismo tiempo que le otorga una responsabilidad y que le exige. Una empresa con alma debe ser verídica, auténtica, coherente y debe tener claro cuáles son los fines y cuáles los medios. Es lo que dicen en mi pueblo: «¡No ponga usted el carro delante de los bueyes!». Primero van los fines, y luego los medios; y así, evidentemente, no es fácil.

Muchos insisten en que de esta crisis sistémica se saldrá gracias a los nuevos hallazgos de la ciencia, de nuevas tecnologías. Otros afirman en cambio, que del laberinto se sale por arriba, con un cambio de mirada que permita comprender la profunda interdependencia entre todos los seres humanos, así como entre los seres humanos y su entorno natural y espiritual.

Estoy totalmente de acuerdo, más tecnología nos lleva a más problemas, a más conflictos y a ir más deprisa por el camino equivocado. Es lo que hemos venido diciendo a lo largo de la conversación, si no hay una salida por arriba, si no hay un anclaje en ese principio del que hablábamos ¿desde dónde vas a salir? Ni economía del bien común, ni movimientos ecologistas, porque al fin y al cabo es un problema de otra índole. Y un problema de esa índole solamente se podrá resolver por arriba, evidentemente.

Entrevista realizada por Beatriz de Calvo Villoria para AgendaViva