Editorial Ecocentro: PARAR, VER. Miércoles, 25-03-20
PARAR, VER
Serie: Humanidad en Transición
Por el equipo de Ecocentro
Miércoles, 25 de marzo
El pictograma chino para “crisis” está formado por los ideogramas de “peligro” y “oportunidad”.
La condición de parar hace que todos los aspectos de la vida y todas las relaciones significativas se precipiten en un período de transición e incertidumbre pero es también una gran oportunidad para reflexionar, ver.
La naturaleza no puede ser diseccionada en partes, no es un reloj, no es una máquina. Los seres humanos, que formamos parte de esa misma naturaleza, tampoco.
Los modelos mecanicistas y reduccionistas ya no sirven para interpretar el mundo. Para dar cuenta de esa complejidad necesitamos aproximaciones poliédricas, que son tanto más ricas cuantas más perspectivas contemplemos.
En estos tiempos de crisis hace falta creatividad, capacidad para imaginar nuevos escenarios y formas de vida.
La idea de dominio del ser humano sobre la naturaleza nos ha llevado, sobre todo en el sector occidental del planeta, a no reconocer los límites de los ecosistemas, a intervenir sobre el medio ambiente con una ausencia total de criterios no solo ecológicos sino también éticos.
Ese dominio ha sido practicado, cada vez con más contundencia, por las fuerzas que rigen el mercado. El avance de la economía liberal no ha sido muy positivo para la naturaleza pues, desde su punto de vista, ésta ha sido contemplada exclusivamente como una fuente de recursos a explotar, con la búsqueda de beneficios inmediatos.
Pero el beneficio a corto plazo (el de la lógica del mercado) se contradice totalmente con la lógica de la naturaleza, que funciona en tiempos largos. El mercado tampoco es democrático como evidencia su imposibilidad de hacer un reparto equitativo de los bienes de la Tierra entre todos los seres vivos. Por eso no podemos dejar que sus criterios sean los que organicen nuestra sociedad.
Al mismo tiempo asistimos a un momento histórico de una fe desmedida en las posibilidades de la ciencia y la tecnología a las que se les otorga un valor casi mágico; como si con las soluciones tecnológicas se pudieran resolver todos los problemas humanos, ecológicos y sociales.
La tragedia es que la tecnología ha crecido muy deprisa y nuestra conciencia no se ha desarrollado paralelamente, para imprimir criterios éticos al uso que hacemos de ella.
Hoy nos comportamos como niños con juguetes muy peligrosos y la pérdida de valores y criterios que orienten nuestro desarrollo individual y colectivo hacia la sostenibilidad es uno de los aspectos que más ha contribuido y contribuye a incrementar la crisis ambiental como reflejo de la crisis del ser humano.
El estilo de vida de “bienestar” de Occidente imprime una enorme huella sobre el resto del planeta, y nuestro desarrollo es, en realidad, un bien posicional, pues podemos disfrutar de él por la posición de privilegio que ocupamos en el reparto mundial de la riqueza, pero en detrimento de que otras personas sigan viviendo en la pobreza. Cuando vemos que este sistema de vida se ve a amenazado por grupos menos favorecidos posicionalmente, cerramos la puerta a la solidaridad.
Por eso es tan importante salir de la lógica economicista y recuperar valores que se han ido perdiendo: la solidaridad, antes mencionada, la capacidad de vivir de forma sencilla preguntándose cuánto es “suficiente”, el disfrute de los bienes relacionales que nos permitan mirarnos a los ojos unos a otros, disfrutar de un encuentro con otro ser, de un paseo, de un paisaje. Todo eso es gratuito y de un gran valor aunque no tenga precio.
Los seres humanos somos seres espirituales, pero nuestra espiritualidad ha sido fuertemente agredida por fuerzas internas, no externas, que nos convierten en simples consumidores de mercancías, de modas y de cosas inútiles. No se trata de adscribirse a una u otra religión sino de re-ligarse con el mundo del espíritu, con la aceptación del misterio que precede a nuestra existencia, con el compromiso de vivir como seres de conciencia.
Transformar la mirada para devolver la visibilidad a la naturaleza es un ejercicio de humildad. Un ejercicio que estaba y está presente en muchas culturas originarias y que incluso nuestros abuelos o antepasados practicaban: la aceptación de que somos parte de la naturaleza y no sus dueños o dominadores. La aceptación que nos hemos alejado no sólo de la naturaleza del planeta en que habitamos, sino de la naturaleza de nuestro verdadero ser.
A partir de ahí algo cambia: la mirada se transforma porque comenzamos a comprendernos como parte del todo, en un mundo en el que se desdibujan las fronteras, los artificios que dividen y separan. La conciencia de unidad, es la conciencia que hace visible a la naturaleza.
Vivimos bajo un modelo en el que estamos constantemente entretenidos con todo tipo de distracciones, con trabajos y horarios que van más allá de lo razonable con la tarea constante de comprar o vender y se nos está usurpando el tiempo, “nuestro tiempo”.
El camino de vuelta a casa requiere un estar disponibles, necesita sosiego y calma para conversar con la profundidad del ser, con el alma…Por eso es tan importante decir no a todos los señuelos que nos impiden pararnos y tomar conciencia de la trascendencia según la conciencia individual que a la vez es una.
Por eso, hay que agradecer la oportunidad que nos ofrece la vida en este momento para parar y ver.