La Feria de la vida
Una vez más ha vuelto Biocultura, y aunque vuelve en otoño, vuelve la primavera de una feria única en España y me atrevería a decir en Europa, pues junto a la mágica dinámica de encuentros que teje esta peculiar convocatoria de los amantes de lo vivo, convive la necesaria profesionalización del sector, que hace unos años puso en ascuas a muchos de los veteranos de la feria, que temieron que desaparecieran los orígenes humildes y frescos que apoyó un legendario, para muchos, Tierno Galván y que insufló las alas del éxito en un colectivo de soñadores utópicos con los pies en la tierra y que no han perdido sus alas en sus vuelos calculados en los fríos muros de Ifema, en ese hormigón mastodóntico que encierra el día, pues la arquitectura moderna a veces no entiende ni de ventanas ni de cielos.
Pero aunque todos los amantes de los proyectos alternativos a una agroindustria que nos ha desposeído de la soberanía alimentaria tuvimos que renunciar al palacio de cristal de la casa de campo, las ventanas en Biocultura se abren en cada uno de los stands, espacios llenos de colorido que asoman sus proyectos vitales a las búsqueda de cambio que las personas que pasean y visitan cada año esta Feria de las Ferias buscan en sus bienes y servicios. Ifema no ha hecho más que dar solidez a un sector que necesita salir de los márgenes, aunque su filosofía de vida se cocine en la vanguardia de las fronteras.
Bien es cierto que el peligro de la profesionalización es que despierta la codicia de las propias agroindustrias que se pretenden combatir, pues detectan que su actividad floreciente es demandada por las innumerables enfermedades que asolan nuestras familias debido a las malas prácticas agroalimentarias. Otean como buitres un nuevo nicho de mercado -para ellos todo es mercancía-, y su ansia de más beneficio le hace diestros en fagocitar un mercado que no les corresponde por coherencia, y de forma injusta, por abusiva, pues ellos siempre tendrán más estructura de ayudas y subvenciones, copan el mercado con productos ecológicos, sí, pero sin alma (pero ese hilar tan fino le corresponde al prosumidor, un ciudadano cada vez más sensibilizado que cuando comemos un tomate, cuanta más trazabilidad de coherencia haya en su carne mejor nos sentará a la unidad indisoluble que somos de cuerpo, alma y espíritu).
Y ahí están esas ventanas abiertas con olor a primavera, a esperanza de que se pueden hacer mejor las cosas, para que las gentes compren mieles ecológicas y luchen con esa opción consciente de compra contra las mieles importadas de una China que crece como los hongos, con su cultura de plástico y tóxicos ambientales. Ventanas para que las verduras ecológicas sigan siendo la bandera multicolor de una apuesta por la tierra, que se muere en estertores de petróleo, que contaminan en forma de miles de componentes químicos, que ella nunca hubiese creado, y que para aquel que sabe escucharla la enarbole como respuesta a un planeta que está gritando en grados centígrados un mensaje de advertencia.
Banderas del color de la diversidad al viento emponzoñado de una humanidad caída en el error de desconectarse de su corazón y por eso cada año da alegría ver crecer proyectos llenos de colorido y vida que son la respuesta a esa llamada.
Encuentros destinados. Dios los cría y ellos se juntan
Biocultura es dejarse llevar por los pasillos para que acontezca la magia de los encuentros con los amigos que llevamos toda la vida tejiendo red de ayuda mutua entre los seres que viajamos juntos en esta magnífica nave tierra. Es encontrarse de nuevo con mi querido amigo Pedro Burruezo, uno de los coordinadores de la Feria, el que vigila en silencio que todo tenga coherencia con intervenciones tiernas y contundentes, en detalles que sólo el como chaman del sonido sabe descubrir donde se está produciendo la disonancia. Además de ser el Redactor Jefe de The Ecologist es un trovador de la mística, que busca en la música de las esferas su inspiración, es uno de nuestros queridos aliados en la única revolución que todavía no hemos sabido realizar como humanidad: la espiritual, la de volver al Origen que somos en lo profundo del corazón.
Biocultura es abrazar a Cristina Diago, que lleva toda la vida de Biocultura haciendo comunicación, saludar a Beatrice Pieper de Uakix, que pertenece a la Red Amiga de nuestra televisión, que lanza bocanadas de posibilidades para quien tenga oídos para oír, ojos para ver, para descubrir. Es conversar con Toni Marín, que es el adalid de la revolución de la bioconstrucción en España, hombre de coherencia que edita Ecohabitar, otro de los medios de comunicación responsables de nuestra península, y saber que su vida sigue dando giros insospechados, que apuestan por lo colectivo como respuesta al individualismo feroz.
Es atisbar por los pasillos al infatigable Enric Urrutia, que desde Bio Eco, informa de todas las novedades del sector, con la bandera del veganismo como acento, como un darle la vuelta aún más, un seguir afinando nuestra relación de impecabilidad con la naturaleza. Ver quizá a los amigos de la Fertilidad de la Tierra, cómplices de amor a la natura.
Es volver a ver a Ángeles Parra, corazón inequívoco de esta feria, atender a diestro y siniestro todas las demandas para que la Feria siga siendo, a pesar y a favor de sus 800 expositores, la historia de una gran familia y robarla un abrazo mientras atiende a los medios de comunicación de masas que, poco a poco, despiertan de su letargo informativo y empiezan a hacerse ecos de las noticias positivas que son las que construyen el lado luminoso de la realidad. Compartir con ella un hermoso concierto de su compañero de vida viendo como el querido Carlos de Prada con su cámara al ristre cumple el arquetipo del cronista mayor del Reino, mientras se le ven las heridas de su sacrificio de hacer llegar al gran público el crimen que con premeditación y alevosía están haciendo las corporaciones envenenándonos la vida.
Cambio permanente
Es ver a Lucho Iglesias y reconocer la calidad de una semilla que se ha convertido en árbol de mostaza, la alegría de ver la trayectoria hacia la luz de un amigo con el que compartí una de mis primeras aventuras comunitarias hace más de veintiséis años y que después de nuestra comunidad creo la suya propia en Cádiz y de la nada creó un vergel con sacrificio, con ese hacer sagrado los actos cotidianos de los hombres que vuelven a la tierra.
Caña dulce es ahora un ejemplo de una oración en actos poéticos de flores y vergeles comestibles, es un ejemplo de lo que una pareja de personas, con Patricia Lana, otras de las almas con las que compartí un tramo de destino en aquella finca de 40 hectáreas que intentamos habitar desde los principios de la permacultura, con la maestra Emilia Hazelip y Luciano Furcas. Ahora ellos son los maestros permacultores, ejemplo de vida coherente y almas de creadores que hacen arte con las briznas de hierba, con los colores de las hortalizas que sacan a toneladas, demostrando que con corazón y cabeza se puede cambiar el yermo mundo de la desolación, devolviendo fertilidad a la tierra, siendo amantes y no ladrones, siendo camaleones con los ciclos estacionales, y con la vocación firme de comunicar el bien en el que viven, en buen vivir, el buen comer, el Bien Estar.
El documental que ha realizado Lucho es capaz de robar lágrimas de alegría por comprobar que en medio de esta muerte agónica de nuestros ecosistemas se puede morir de pie con ella, plantando árboles y celebrando la primavera. Os recomiendo ver Cambio permanente y apoyar el segundo documental de una asociación con corazón de naturaleza.
Biocultura es ese lugar donde se exponen los proyectos de ese cambio permanente que es posible si unimos a los que producen vida con los que la demandan. Un lugar para seguir tejiendo red, para que las gentes se dejen caer en la coherencia que nuestras músicas, palabras, artículos, proyectos proyectan en un mundo a oscuras. Gracias a todos por seguir después de décadas de lucha, décadas de compromiso, incansables, enfrentándose ahora, como antaño, a los obstáculos que el poder agroindustrial sigue poniendo, con nuevas estrategias como la de camuflarse de verde, con una pintura superficial que maquilla su auténtica naturaleza, su corazón negro de depravación de los ecosistemas, que sólo busca maximizar el beneficio a costa de la salud entera de un planeta, que es una joya que refulge en el infinito cosmos. Empresas que fagocitan lo ecológico desde la perspectiva de un frío nicho de mercado, sin haber detrás la filosofía de vida, que proyectos como el de Ecocentro llevan escritos en su alma y que como todos los años estuvo presente.
Gracias por llevar la bandera en alto gritando con armonía a los cuatro vientos que todos somos Uno.
Ecología del alma
Y de eso intenté hablar el sábado en la conferencia que me comprometí a dar sobre una comunicación con conciencia de la responsabilidad que el periodismo tiene de ayudar a formar la conciencia social, analizando las verdaderas causas de la crisis sistémica en la que nos encontramos y la de buscar soluciones que nos saquen del laberinto.
Hoy más que nunca, la respuesta a este panorama de crisis es una actitud proactiva que genere una profunda revolución desde dentro. Una ecología para el alma con palabras que señalen verdades esenciales y con actos que nos permitan encarnarlas como la meditación y el Qi Gong que devuelven la armonía al ecosistema del alma.
Meditamos en la sala 101 y buscamos esa interiorización de la mirada, perdida tantas veces en una multiplicidad sin eje, para hacernos cercanos y dejarnos vacíos, indagando los velos que se resisten al viento del espíritu, que quiere pronunciarse en un encuentro entre seres, pues somos relación. Purificar con un intento interno cualquier obstáculo que impida que el soplo sople a través nuestro, ese hálito bendito que compartimos, que yo expiro y que tu inspiras. ¡Cuánta intimidad divina compartimos! Y aun así, nos sentimos tan alejados los unos de los otros, tan extraños, siendo no más que flautas, cañas huecas de distintas formas y tamaños atravesadas por el viento, por el soplo, por el hálito que nos unifica, bendito fulgor que nos pasa desapercibidos.
Salí de Biocultura agradecida, con nuevos contactos nódulos de esta Red de Indra que se teje en esta Feria de la Vida.
Beatriz Calvo Villoria