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Aprender a mirar al cielo

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Esa inmensidad que inunda el alma cuando la mente se calla…

Apártate de todo lo superfluo, lo insustancial, lo efímero y el silencio se desbordará en gozo.

La mayoría de los seres humanos vivimos nuestra vida cotidiana acompañados de una permanente sensación de insatisfacción, incluso nos vemos a menudo inmersos en situaciones que percibimos como negativas,  problemáticas y en algunos casos hasta insoportables y que nos impulsan irremediablemente a buscar una salida.

Nos aturdimos con diversiones y relaciones sociales superficiales, realizamos grandes viajes, decidimos ir al médico, al psicólogo, tomamos sustancias químicas, emprendemos huidas en forma de cambios externos o, lo que es peor, nos resignamos pensando “así es la vida” o “así soy yo”. Siempre imaginamos que la solución está muy lejos, que es muy difícil de alcanzar. Nos encogemos, apretamos el paso y con la cabeza agachada damos vueltas en círculo.

Cuanto más esfuerzo hacemos, más perdemos la posibilidad de ampliar nuestra mirada, de alzar la cabeza y observar la quietud de aquello que de forma natural nos envuelve. Y he aquí, que con la mirada en alto, el pecho expandido y el paso pausado, aparece ante nosotros la belleza y la inmensidad del cielo. Así el cielo, luz en constante transformación, a veces de un azul sereno, otras exaltado con tonalidades indescriptibles, otras de una palidez conmovedora, nos recuerda el milagro de la vida siempre nueva. Con su infinitud incomprensible para nuestra mente, nos hace patente la estrechez de nuestro pensamiento condicionado y así, sin querer ni saber de qué manera, como ocurren las cosas importantes de la vida, nos purifica haciéndonos partícipes de su milagro. Quien ha descubierto la belleza omnipresente del cielo, no puede olvidar que cualquier movimiento externo no hace sino alejarnos de lo que eternamente buscamos.

Por eso, quédate quieto y en silencio, no des ni un paso más, escucha y déjate guiar muy atento por el azul del cielo claro. Desnúdate de todo, incluso de tu anhelo y de tu búsqueda, de tus fantasías y tus recuerdos. Sólo no has de tener miedo.

Cesa de dejarte engañar por cualquier promesa de felicidad, por tus dudas y tus temores y por todo lo que tu mente crea, que de seguro no eres tú.

Lo único que buscas es a ti mismo y más cerca no puedes estar, por eso cuando algo se mueve y vas corriendo detrás, ¡qué lejos va quedando el que mira y el mirar!

Cuando alguien sufre, cuando alguien quiere perpetuar su felicidad, cuando alguien teme a la muerte, cuando alguien busca y busca sin cesar, siempre pregunta ¿y ahora qué debo hacer? ¿qué camino debo seguir? Y la única respuesta sincera es no hagas nada y sólo quédate quieto y en silencio, escuchando la elocuencia de tu propio vacío. Respira el aire y mira al cielo.

Hacemos planes constantes, buscamos un camino, buscamos un guía, buscamos un maestro. Hacemos todo menos estarnos quietos, como si huyéramos de nosotros mismos. Pero mientras estemos ahí fuera no podremos estar dentro, con el amado que nos espera paciente de regreso en el hogar.

Y cuando te quedes quieto, tú solo y en silencio, como habrás de hacerlo irremediablemente en el momento de tu muerte, no debes temer al túnel oscuro y sombrío, por el que pasarás, lleno de dudas y miedos a lo que de ti será. Su único propósito es llevarte de regreso a lo conocido, aunque sea a la insatisfacción y al sufrimiento. Y veas lo que veas, oigas lo que oigas, sientas lo que sientas, mantén tu intención pura y no temas al sufrimiento, ni desees la felicidad que guardas en tu memoria.

Quédate quieto y en silencio, abandónate totalmente, sin condiciones, ni compromisos, sin miedos, ni temores, porque lo único que en realidad te sujeta es mucho más grande que tu pequeño yo.

Y así, te aseguro que poco a poco la mente que crea el tiempo irá bajando su intensidad y permitirá aparecer nuevos espacios llenos de pura luz y te sorprenderás de lo cerca que en realidad siempre has estado de ti. Y verás la fuente clara de donde brota la vida, que entonces se desplegará como deslumbrante creación. Y viviéndola con  sencillez y desapego, sin pretender lo absoluto en un mundo relativo, sin pretender la  inmovilidad en un mundo cambiante, podrás recibir con gozo todo lo que te traiga y dejar ir también con gozo todo cuanto te quite.

Y el que mira y lo mirado se fundirán en un sagrado acto de amor, para ser uno, para ser el simple mirar, derramado en una inefable luz celestial.

Marisa Pérez