Bendita primavera
A partir del equinoccio de primavera, en el que los días y las noches son iguales, la luz gana su pulso a la sombra y empieza a derramar sus dones alargándose en los días. No es casualidad que la Pascua se celebre en estas fechas donde la noche oscura invernal da paso a la luminosa primavera. Con la luna llena de aries, Cristo resucita, trasciende su naturaleza finita y su cuerpo se llena de luminosidad y de gloria, y nos muestra generoso el camino que vence a la muerte: el A-mor: sin-muerte
El sol renueva una vez más su pacto de luz y calor y todos los reinos sienten la atracción de su llamada, las semillas resucitan de la tierra, donde esperaban dormidas y latentes el resurgir de una nueva vida, y estrenan virginales, como si fuera la primera vez, toda sus gamas de colores, olores y contornos, y se agrupan interpretando una partitura invisible, orquestada por una inteligencia inaprensible cuya melodía repite una y otra vez: “Majestad y Belleza”.
Los griegos antiguos llamaban al mundo kosmos, belleza, ¡y quién no ama la belleza¡ ¡al esplendor de la Verdad¡ que decía Platón; la verdad de que detrás de toda manifestación está la Inteligencia Una recreándose en infinitas posibilidades, derramando su Tesoro escondido en una grado de exhuberancia ineludible. Y el hipotálamo excitado por tanta luz proyecta serotonina aumentando nuestro deleite y nuestra felicidad. ¡Quién no se conmueve ante el polen dorado alborotado por el viento que va en busca de consorte! O ante la geometría perfecta de una humilde flor de las aceras, que desafía la ley del asfalto y es capaz de suspender el tiempo y oradar con su suavidad y finura, como el agua, la fría piedra del corazón endurecido.
La atracción que produce la belleza es imán enamorado, anhelo de plenitud en la unión con el objeto que se contempla, unificando sujeto y objeto en un único verso que nos extingue las fronteras, que nos diluye como aceite suave entre los dulces contornos de los pétalos, o de la piel de un amado. La primavera abre la puerta de la luz al Pintor de los cielos, que con cada rayo ilumina el arquetipo escondido en el símbolo ínfimo de una brizna de hierba, coronada por una perla de rocío en su bajada.
Pero es el estado transparente del alma el que permite que el Espíritu anime la mirada del que contempla la naturaleza y la adorne de belleza. Así, el ser, como alambique de todas esas exhuberancias naturales que impresionan sus sentidos ha de destilar un licor en el alma que nutra al corazón de virtudes, coronando de nobleza su carácter y abriendo así el Ojo que contempla. Puede uno entonces cabalgar en la mañana en los lomos frescos de la bruma y lamer lenta y dulcemente las tiernas flores que pincelan las montañas. Bendita Primavera.
Beatriz Calvo Villoria