Biomímesis
Con estas líneas, surgidas en medio de una primavera que rebosa belleza, proponemos poner al descubierto un principio verdaderamente sugerente y poderoso, capaz de transformar la actual relación entre la naturaleza y la sociedad; se trata de un cambio de enfoque radical (es decir, de raíz, fundamental) ante lo que ya pocos pueden negar: una crisis ecológica de dimensiones planetarias que es también política, económica, cultural y social; o, precisando un poco más, la crisis de la postmoderna civilización tecnológica.
Estamos hablando de la biomímesis, (de bios, que significa vida y mímesis, imitación) un concepto que es toda una estrategia para uno de los muchos cambios que necesitamos emprender, pues, más allá de su uso por parte de la industria para diseñar un tren de alta velocidad a imitación de la cabeza de un pato, o un edificio bioclimático a imitación de los termiteros, de lo que se puede hablar en un sentido amplio es de imitar la naturaleza a la hora de reconstruir los sistemas productivos humanos, con el fin de hacerlos compatibles con la biosfera.
No olvidemos que partimos de un problema real de supervivencia, de un declive de todos los ecosistemas en los que estamos insertos, provocado por nuestro mal hacer, suficientemente grave —para algunos irreversible— como para que nos planteemos una verdadera revolución de los cimientos sobre los que hemos edificado nuestra sociedad y nuestra cultura y un cambio de perspectiva a la hora de interpretar las causas que nos están llevando a la ruina.
Los procesos lineales propios de la tecnosfera, chocan de frente con los procesos cíclicos de la biosfera. En los primeros, los recursos quedan desconectados de los residuos y los ciclos no se cierran; son metabolismos que consumen energía fósil, que es finita, a espuertas y que excretan residuos y desechos, muchos de ellos no biodegradables, a un ritmo infernal e inasimilable para la biosfera. Ésta, en cambio, funciona mediante ciclos cerrados; utiliza la energía del sol, que es inagotable, y se encarga de transformar y reutilizar todo desecho para generar nuevos ciclos de materia y energía. Frente a la actual tecnosfera, diseñada de forma antiecológica, tenemos una naturaleza que, además de tener una circulación constante de la materia y la energía, es también sistemática, pues la energía y la materia pasan de unos lugares a otros de manera organizada: una brizna de hierba es la suma de diferentes células que sintetizan energía, que será usada por la vaca que, más tarde, comerá el humano, organismo formado por células que crean tejidos, que forman órganos, que constituyen aparatos, agrupados en sistemas. Cada uno tiene su lugar y su función, su nicho, dentro de un ecosistema; todo en perfecto equilibrio dinámico entre individuos, especies y entorno, generando realidades cada vez más complejas. Nada que ver con el diseño de nuestra tecnosfera que, como un injerto perverso, pugna por aniquilar al huésped que la hospeda con todo tipo de desórdenes.
Por lo tanto, tenemos que repensar todo desde el principio, dejar de gastar millones inútilmente parcheando los problemas de un sistema que evidentemente no funciona, dejar de lamentarnos de las consecuencias nefastas de una manera de actuar irresponsable que no tiene en cuenta ni a las generaciones futuras ni a las presentes, que enferman por el carácter artificial de la tecnoesfera. Necesitamos profundizar en las causas, tomando altura, y observar el uso que hacemos de la energía, de los materiales, la forma en que ocupamos el territorio y la quiebra de un modelo, el capitalista, basado en la necesidad de crecimiento y acumulación constantes y resolver el problema en su origen, transformando metabolismos lineales en cíclicos o cerrados, a imitación de la naturaleza.
Es tiempo de responsabilidad, con nuestros propios actos y con nuestros congéneres, incluidos reino animal y vegetal. De revolución, pues necesitamos rediseñar desde la raíz una tecnosfera mal diseñada, para lo cual necesitamos una transformación previa del paradigma desde el que se crea nuestra cultura y nuestra sociedad, un paradigma —ya lo hemos señalado muchas veces— mecanicista, reduccionista y disgregador. Y es tiempo de reintegración de dicha tecnosfera en una biosfera que ha demostrado con creces, no sólo su capacidad de pervivencia durante millones de años, sino una belleza, una majestad y una perfección de una complejidad nunca igualada, ni siquiera imaginada por el hombre; aunque para algunos autores, como J. Riechman, haya que hacerlo no porque sea una maestra moral sino porque funciona, aunque discrepamos de la opinión de que metafísicamente la naturaleza no supere lo artificial, y no se trata de defender la denostada “falacia naturalista”, sino de defender una visión desde las premisas de la Geosofía, que sugiere «un camino de reflexión sobre la relación hombre-naturaleza que, transcendiendo los criterios sociológico-científicos de los planteamientos ecológicos, recupere la dimensión espiritual que le es intrínseca».
Sería aprender no sólo de las formas, como hace el conocimiento científico, sino de las esencias que vehiculan esas formas, como hacen otros tipos de conocimiento; no sería sólo cuestión de imitar el aspecto externo de la naturaleza, sino la sutileza con la que está enhebrada.
Todo esto, aderezado con una virtud que ha desaparecido de la arrogante ciencia-religión en la que nos vemos proyectados hacia delante en un progreso hacia el desastre: la humildad de aprender de la dinámica excelente de un sistema de sistemas que como dice Barry Commoner es maestra en procesos conservadores, cíclicos y autocoherentes, y, por lo tanto, maestra en armonía; la humildad de saber que no somos capaces de “producir biosfera” por nuestros medios técnicos, por muy sofisticados que los creamos. Si desaparece el lince no podremos sustituirlo, ni a él, ni al eslabón que supone en toda una cadena trófica. Necesitamos, pues, una ética de la modestia, como diría Jonas, y necesitamos la biomímesis, como ciencia, pues, además de ser una herramienta que nos permite estudiar, leer, observar, analizar, reflexionar e interpretar esa naturaleza, nos puede servir de modelo para diseñar el regreso a casa.
Beatriz Calvo Villoria