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Claridad y sencillez

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Mente clara y

corazón abierto:

despliegan una vida extraordinaria

 

Cuando comprendemos el sentido profundo y simbólico de todo cuanto nos rodea, empezando por nosotros mismos, nos colocamos en una aptitud de apertura que nos permite gozar de la vida como un espectáculo asombroso. Y es asombroso, no porque se adapte a lo que hayamos podido catalogar mentalmente como asombroso, en cuanto que sea poco común o extraño externamente, sino porque estará pleno de significado, de magia y de misterio. Aunque por un solo instante, situándote en la actitud adecuada, has podido comprender maravillado el verdadero sentido de tu respirar y te has rendido sin condiciones a la perfecta rotundidad de su cadencia, tu vida no puede sino desplegarse con la misma plena sencillez y con la claridad que esta visión produce.

De ahí surge el sentido sagrado de lo cotidiano, que es realmente lo más íntimamente tuyo que posees y lo que más debes cuidar y atender. Con atención al lugar en el que te encuentras, puedes transformar un paseo por tu entorno, sea cual sea, en algo realmente hermoso porque será la hermosura de tu actitud la que impregne cada lugar que tus ojos contemplen, o puedes descubrir que cada cosa que llega a tus manos, la ropa con la que te vistes, el alimento con el que te nutres, los aromas de los que te rodeas, son regalos que provienen de la abundancia divina, cada acontecimiento inesperado, las pequeñas soluciones que vas encontrando en tu camino son como un guiño de Dios, que te muestra así su eterno cuidado.

Un día descubres que cocinar es toda una experiencia para los sentidos, percibes las texturas, los olores, los colores que vas combinando para crear el alimento que te da la vida, o puedes darte cuenta que ese momento aparentemente perdido que dedicas a trasladarte al trabajo es en realidad un reencuentro diario con el cielo, con el aire, con la potencia de tu cuerpo en movimiento, o tal vez la ocasión de disfrutar del total reposo de tu mente.

El encuentro con las personas que ves con regularidad y que parece que ya sepas todo de ellas porque las has comparado, catalogado, y convertido en meros conceptos mentales al servicio de tus gustos y preferencias, renacen para ti cuando silenciando tus opiniones simplemente les permites que sean, de la misma forma que te lo permites a ti mismo, a quien también te has comparado, catalogado y conceptualizado, y de esta manera puedes descubrir la naturaleza común subyacente, que os une y os conecta en un todo inseparable y vivir las relaciones desde esa conexión profunda.

Y qué decir de la realización de tus tareas, esa oportunidad única que tienes cada día de dar lo mejor de ti mismo, haciéndolas con absoluta sencillez, pero siempre con grandeza, cargadas de sentido, poniendo tu granito de arena al desarrollo de la creatividad y la armonía.

Y de todas las transformaciones que puedes experimentar cada día, la más asombrosa es darte cuenta que puedes convertir la comprensión y atención a tus propios ritmos internos, tus necesidades de alimento, de descanso, de silencio, en tu principal muestra de amor. Amor que das y que recibes y que se expande a todo cuanto te rodea.

En realidad no hay nada más y nada menos que todo esto. Todo lo demás sólo es fruto de nuestra imaginación. Porque nunca hay nada más que lo que tenemos en este instante y soñando grandes hazañas se nos olvida vivir la única para la que estamos realmente llamados: comprender nuestra divina naturaleza presente cada instante de nuestra vida.

Nada debe alejarnos de la sagrada simplicidad de lo cotidiano, para que todo cuanto nos ocurra sea con sencillez y con claridad diáfana, única garantía de la autenticidad de nuestra vida, que así transcurrirá con la imperceptible belleza del silencio.

 

Marisa Pérez