El símbolo como viático hacia la unión
La unión del símbolo
Ando recorriendo un curso sobre la simbología, impartido por Raimon Arola en la Universidad de Barcelona, que como todo fenómeno en el tiempo se convierte en un viaje de conocimiento, en este caso, de los símbolos que constituyen lo más profundo de la cultura humana.
Como dice el profesor: “A principios del siglo XXI, la simbología, es decir, el estudio de los símbolos tradicionales, es una urgencia puesto que el hombre actual necesita saber qué son y qué sentido tienen los textos, las imágenes y los ritos de los antiguos, en qué se asemejan y en qué divergen según las distintas culturas y épocas, y, sobre todo, cuál es su papel en la sociedad actual.
En un mundo de información y cruce de culturas como el actual, tiene poco sentido proponer novedades continuas sin tener en cuenta aquello que fue y, en consecuencia, fuimos; incluso los grandes avances tecnológicos necesitan recuperar formas y contenidos. En esta búsqueda de identidad adquiere cada vez más importancia el sentido del símbolo como aquello que está más allá o al margen de las circunstancias concretas en las que fue creado. El símbolo sería como un hilo de plata que reúne las distintas manifestaciones espirituales del ser humano a lo largo del tiempo y de las culturas.”
Cuenta el profesor que el símbolo era un objeto que en la separación de dos seres que se amaban o que estaban unidos por algún vínculo firme quedaba partido por la mitad, hasta el nuevo encuentro en que se unirían de nuevo las dos partes.
Así de partido quedó el hombre cuando se escindió de su dimensión espiritual, cuando perdió el paraíso de la no dualidad y quedo anhelante, desde lo más profundo de su corazón, por regresar al amado. El símbolo tradicional es un mapa de regreso a casa, a la Morada Santa, enseña la manera en que la materia se convierte en espíritu y el espíritu se convierte en materia.
El símbolo es unión.
En cada módulo nos proponen hacer una síntesis de todo el material manducado y quería compartir con los lectores de este blog, la poética en la que no he podido resistirme a hacer los resúmenes.
Aproximación a la simbología
“El estudio de los símbolos como ciencia. Definición del símbolo como la reunión de dos partes de una misma unidad, como cielo y tierra, yang y yin, etcétera. Los enfoques de las distintas escuelas en el siglo XX.” (Raimon Arola)
Hay hombres que en su caída son capaces de girar hacia el cielo en busca de los signos que se escriben en sus horizontes, los ocultos de su corazón, los externos de un cosmos misterioso que escribe signos elocuentes, y aunque cada vez son los menos, los que se giran, es imposible, que en la sustancia eterna de lo humano, en el milagro del Hombre, ese centro capaz de nombrar “in divinis” a la creación entera, no surjan en cada época, por oscura que sea, pontífices o aprendices de pontífices que busquen de nuevo restaurar el puente entre el cielo y tierra, y que con la argamasa teúrgica del símbolo hagan carne los sentidos ocultos en los fenómenos, su transparencia metafísica. Capten con el corazón la esencia arquetípica.
Hacia el siglo XIX la anomalía cósmica que occidente suponía para algunos produjo un revulsivo, que hizo que desde el cientifismo, la impostura del psicologismo, su ágora la academia, el arte embriagado de la falsa senda del ocultismo y sus flores del mal, que jugaba con el misterio y el secreto, surgiesen disidentes del olvido generalizado e intentaran recordar lo que los pueblos originarios nunca habían olvidado, encontraron una trama de hilo dorado y trigo que daba de comer la sed de centro y circunferencia, de inmanencia y trascendencia.
El símbolo, la trama que tejía sobre la urdimbre divina infinita y absoluta intentaba de nuevo ser renovado, con distintos tipos de frutos que este curso intenta desgranar, aventar.
En un intento de transcendencia de las formas religiosas respectivas este núcleo de pensadores buceó con sus respectivos intelectos en el océano del mundo imaginal para volver a unir lo que desde Adam estaba escindido influyendo definitivamente en una cultura, que ha llegado a nosotros en forma de cursos, que desde la Academia intenta rebosar los límites de un dedo que aun señalando a la majestuosa luna no puede siquiera tocar su esplendorosa verdad.
Jung y el círculo de Eranos
“A partir de la definición del “inconsciente colectivo” C. G. Jung se abocó al estudio de los símbolos universales pues eran el reflejo de este “inconsciente colectivo”. En la localidad suiza Ascona, y con el nombre de Círculo de Eranos, se realizaron unos encuentros que marcaron las bases del pensamiento simbólico. Grandes historiadores de las religiones, como Eliade o Corbin, siguieron su propuesta.” (Victoria Cirlot, conferenciante invitada)
Como un collar de perlas o, quizá mejor, como un rosario de cuentas, enhebrados por el hilo del amor al símbolo -como escalera certera para unir los mundos-, un banquete fraterno reunió durante año a orillas del lago Maggiore en Ticino a pensadores de todos los espectros, algunos abrasados por el fuego, otros ya, sublimada la obra. Eliade, Jung, Corbin…
Viajeros y peregrinos de la idea, trazaron puentes entre oriente y occidente al margen de los “ismos” de la Academia, volando alto, apoyados en la infinita levedad ascensional del cielo.
El inclasificable Corbin rescata del medievo el “mundo imaginal”, el lugar fértil donde florece el símbolo: la forma espiritual que emerge fecundada por el cielo en la substancia de la tierra. La invisibilidad del cielo con su misteriosa inteligibilidad emerge a través de una forma. El verbo se hace carne para su comprensión por el intelecto hambriento del hombre, que con este alimento del barzakh, del istmo entre dos mundos oceánicos, se vuelve ángel.
El lugar del símbolo, el locus, como una escalera de Jacob donde se desvanecen las texturas rígidas de la forma que encarcelan el vuelo del espíritu enjaulado, espontáneo como el lenguaje de los pájaros, que deja el sepulcro vacío, convocado por la luz, en busca de un cuerpo glorioso, espiritualizado.
Dentro del propio banquete de Eranos, un nuevo istmo sucede, donde se encuentran dos océanos: las aguas dulces de la metafísica fecundante de un Corbin que se encuentra con las aguas saladas de la imaginación activa de Jung. Un magma nacido de la noche, una magia de las aguas inferiores frente a la teúrgia numinosa del absoluto, las aguas superiores. Lo profano nuestro de cada día frente a las puertas del templo donde respira lo sagrado; un magma de libro rojo en busca de un Dios por venir.
Un pensador de la noche jugando con los umbrales de la vigilia, para liberar a la serpiente del estigma de una sexualidad freudiana y permitirla ascender interiorizada en busca de la corona, de la visión de esas imágenes liberadoras del istmo, del barzakh fértil, que le conducirían, por fin, a la obra mayor de la alquimia. Voy de vuelo.
Guenon y la escuela tradicionalista
“Fuera de la academia, a principios del siglo XX, un grupo de estudiosos se propuso explicar el simbolismo (demasiado vinculado con el espiritismo y la teosofía) a partir del retorno a las fuentes tradicionales. Casi un siglo después, esta tendencia intelectual continúa viva y ofrece una visión válida y profunda para estudiar el símbolo” (Jorge Rodriguez-Ariza)
Estamos en plena carrera ascendente del materialismo, cientifismo y todos los “ismos” que desacralizaron el mundo moderno, precipitando al hombre al abismo con un maquinismo feroz y por el sello de sus aperturas a los numinoso.
La ciencia del Ser cae bajo la hostilidad de un hombre prometeico que ha robado el fuego a los dioses poniendo en el centro un humanismo sin aspiración ascendente. Solo horizontes de progreso encadenante.
Después de una orgía de sangre donde el Rey ha perdido su cabeza, la jerarquía de lo real y su expresión en la traditio se hace confusa y necesitaba un traductor, que vivificase la letra muerta de occidente con la savia del oriente.
La metafísica encontró un hermeneuta matemático capaz de realizar el difícil maridaje de esta con la tradición, maridaje esotérico-exotérico, esencial para la realización espiritual, única capaz de salvar de la debacle al hombre moderno y su tremenda signatura de ser una anomalía en el cosmos.
Misterioso, como sus propios orígenes en el ocultismo de un Papus o una inquietante Blavatsky, donde la magia iba siendo desposeída de la alta filosofía que necesita para no caer en supercherías y aperturas a las aguas inferiores de lo sutil, allí donde los monstruos, los asuras hambrientos pueden demenciar al hombre que juega con ellos, Ghénon abrió la puerta a la dimensión espiritual a miles de occidentales.
Su genio rechazado tanto por un academicismo hijo del materialismo como por una torpeza nacida de una especie de superbia espiritual de cierta infalibilidad nunca demostrada influyó en pensadores de élite intelectual que fecundaron a occidente del rayo que se contempla en el levante.
La metafísica como el abordaje de lo esencial desde el cielo del hombre, su intelecto. Tradición como revelación desde el cielo de Dios y sus ropajes sagrados. Simbolismo como lenguaje infalible para coser ambos cielos, llevar al hombre a su origen.
La intelección sagrada arropada por la revelación, por el simbolismo específico que reverbera una realidad inaprensible, aformal por naturaleza, con las claves para desentrañar sus prolijos sentidos.
El asalto a la cumbre desde una de sus lados, de uno de los caminos que ascienden, como el propio Guénon hizo al iniciarse en el sufismo, la hermenéutica de la Unidad con la que escaló intelectualmente en busca de la Tradición Primordial, la que recibiera Adam, más allá de las formas tradicionales reveladas.
Su legado despejó el camino de los errores, señaló las vías de acceso con más o menos acierto, iluminó la iniciación como requisito para acometer el ascenso y dibujó los contornos metafísicos de la simbología tradicional.
Enterrado en la ciudad de los muertos en Cairo, en una tumba tan humilde como su caminar exotérico, este pobre de Dios fue una semilla de luz para muchos en medio de esta teofanía en la que estamos todos insertos. Que Dios bendiga su secreto.
Continuará….
Beatriz Calvo Villoria