Entrevista a una sencilla campesina: Joaquina
Porque vienen tan contentos los labradores
que, cuando vienen del campo, vienen cantando.
Ya vienen de ver el fruto de sus sudores,
de ver las espigas de oro que van granando.
El pastor de Andorra
Dicen algunos autores que nos encontramos ante una crisis de civilización: crisis alimentaria, crisis energética, crisis climática, crisis social, crisis financiera…. crisis espiritual. Cualquiera de estas crisis está unida una a la otra; como en un dominó de la desgracia, la caída de una de las piezas del sistema arrastra a la otra.
La crisis alimentaria es el eslabón más dramático de la cadena, y nos muestra calidoscópicamente el fracaso social, ambiental y energético del sistema. En lo social: hambre e injusticia por la conversión del derecho al alimento en mercancía, privatizando los recursos esenciales del hombre, semilla, agua y tierra; en lo ambiental: cambio climático por una industria antinatural que ha trasformado la sinfonía precisa del planeta Tierra; y en lo energético: por su dependencia atroz de una energía subterránea y oscura que ha desplazado a la energía solar que le corresponde al hombre.
Como en El Señor de los anillos, Mordock avanza asolando la tierra, tejiendo sombras y tinieblas. Unas cuantas transnacionales lo simbolizan gobernando el mundo. Es el momento de cambiar de rumbo empezando precisamente desde la agricultura. ¿Dónde está el nuevo David que venza a este nuevo Goliat, el modelo económico y social que nos está llevando al desastre?
Desde los tiempos bíblicos David ha simbolizado un aliento de rebelión que ha soplado para el pequeño, el apacible y el justo. Una vez más, desde la fuerza que da realizar una de las ocupaciones primordiales y esenciales del hombre de todos los tiempos se alza una voz, la voz de los campesinos, de los labradores; una nueva honda cargada de palabras sencillas y sabias podría tumbar de nuevo la soberbia de Goliat. Quien tenga oídos para oír que oiga.
Hace unos años hice en AgendaViva una entrevista muy sencilla a Joaquina (sin apellidos, simplemente Joaquina) Campesina, bisabuela, pizpireta, llena de energía y de historias, de dichos y redichos; refranes sabios de las mujeres de campo que aprenden las asignaturas de la paciencia y la perseverancia al ritmo cósmico de los astros, de las estaciones, de las lluvias y sequías.
Joaquina vive en una masada en la Teruel olvidada, que sigue existiendo gracias a estas personas fuertes hechas de surco y tierra, que marcan como árboles casi centenarios faros de ejemplo para “los de la ciudad”, a veces tan perdidos en una complejidad creciente.
A cuatro kilómetros le queda el pueblo, vive en medio del campo en una soledad elegida, pues le da la libertad que su alma siempre quiso. Las noches las pasa con vela, sin luz eléctrica, sin tecnologías. Es fuerte y reseca como el olivo, que con el mínimo de agua sobrevive y da mil frutos. Nos habla sencillamente de esa unidad de finca donde animal, hombre y naturaleza recrean el arte de vivir sosteniblemente y repite humilde cada vez: “Ése es mi punto de vista”.
¿Qué es ser campesino?
Yo soy campesina y eso significa ser una persona muy sufrida, muy humilde, porque los avatares de la tierra son muy malos, tienes una cosecha muy bonita, te viene una “pedrea” y como viene de arriba, del cielo, pues has de ser humilde y decir que sí al de arriba, porque ¿qué ganas con pegarte tozolones contra una piedra? El campesino, para mí, es el que vive en el campo, trabaja el campo, vive por el campo y come de lo que el campo le da. El agricultor es aquel señor que trabaja unas tierras y vive en el pueblo como un marqués, como un adinerado. Mis antepasados vivían en una masada a 25 km del pueblo y al pueblo bajaban sólo a las fiestas y cuando había alguna boda o algún bautizo o cuando se les rompían las alpargatas.
Eso es un campesino, no como el agricultor que trabaja las tierras y va a comprar a la carnicería la carne y los huevos porque no tiene gallinas, y va a comprar las lechugas porque no tiene huerto; tiene campos que los planta de cebada, o de oliveras o de melocotones, pero no tiene como yo, oliveras, almendreras, huerto, gallinas, cabras, ovejas y todo lo tengo para comer.
¿Qué has aprendido de la tierra?
Una cosa muy sencilla, que está muy baja (risas). He aprendido que la tierra es como la mujer, hay que tratarla con cariño para que te de algo. La tierra es muy agradecida, pero hay que trabajarla, hay que mimarla, hay que abonarla, si no estas por ella, sino la mimas y la cuidas, no te da rendimiento.
¿Hay diferencia entre cuidarla orgánicamente o químicamente?
No hay diferencia en el momento de ver la planta; la hay a la hora de comerte el producto. El producto abonado orgánicamente tiene un sabor muy agradable y el otro tiene muy buena vista, pero nada más sirve que para los de capital que quieren un tomate grande y no les importa si sabe a tomate o sabe a sulfatos; la cuestión para ellos es que sea grande aunque tenga menos calidad.
Para alimentar el campo con abono orgánico me veo obligada a tener animales para el estiércol; si no es imposible conseguirlo. A los animales tampoco les doy piensos compuestos, todo es a base de cebada que yo crío, que las cabras la abonan con sus cagarrutitas. Para mí todo es biológico, todo es bueno, como hacían mis antepasados. Ése era mi lema al venirme a esta tierra a vivir como ellos.
¿Qué les diría a los jóvenes que quieren volver al campo y que quieren sacar adelante un trozo de tierra?
Que tengan mucha paciencia, mucha fuerza de voluntad y que no se amedrenten, que si un día una cosa les sale mal que se digan “pues mañana me saldrá mejor” y que insistan, como he hecho yo. Pues si he sacado cabeza, ha sido a fuerza de insistir mucho. Que yo he plantado un árbol y se me ha muerto, al otro año he vuelto a plantar otro y también, así sucesivamente hasta que he visto que ahí no tenía que plantarlo sino que era medio metro más allá.
¿Hay esperanza de que el mundo rural no desaparezca?
No puede desaparecer nunca porque yo no he visto que debajo de la cama o adentro de una bañera se críe una col o una lechuga; el mundo rural no puede desaparecer nunca. Lo que pasa es que estamos en la mecanización porque hasta ahora se ha tenido dinero para comprar tractores, gasoil, pero los tractores cada vez son más caros, y lo mismo el gasoil.
Por eso creo que volveremos al caballo y al burro; el burro vale 100.000 pts. y el tractor cinco o seis millones; al burro le das un puñado de paja y ya está servido, el tractor quiere gasoil, reparaciones, seguro, numerito, que todo es dinero, y ¿de dónde sacas el dinero? Los de arriba no nos van a hacer caso; ya no digo el cielo, sino los de Madrid, los de Bruselas, pero haciendo mucho ruido quizá cojamos alguna nuez. Creo que volveremos a hacer la agricultura como la hacían nuestros antepasados, creo que no lo veré, pero ojalá lo viera. Ése es mi punto de vista.
A la Tierra pertenecen las cuatro direcciones del espacio.
En ella brotaron la comida y todas las cosechas.
Ella sostiene la multitud de seres que vibran y respiran.
Que la tierra nos conceda ganado y comida en abundancia.
Himno a la Tierra o Prthivisukta del Atharvaveda
Beatriz Calvo Villoria