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La práctica del silencio

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Conviértete en aquello que ya eres,

encuentra lo que nunca has perdido,

¡este es tu destino inevitable!…

 

En la Hospedería del Silencio, el silencio que envuelve el lugar se presenta como símbolo de aquello que se guarda en nuestro interior, resonador de aquel silencio interno que es vacío donde aflora lo profundo de uno mismo y al mismo tiempo indagación clara y lúcida que atraviesa las formas opacas con las que nuestra mente nos confunde. La práctica del silencio no está encaminada a captar ni a recordar nada, no tiene nada que ver con la mente que busca un objeto que poseer, nada hay que adquirir, nada hay que saber o acumular. Es más bien olvidando, soltando, abandonando todo cuanto creemos saber, como abrimos un espacio interno que deja aparecer lo verdadero. Cuando así llegamos a descubrir o simplemente a intuir, que tras la naturaleza efímera de esta existencia, late la oculta presencia de la vida ilimitada y eterna, es el momento en el que estamos disponibles para la transformación interna y descubrimos el estado de libertad y soledad  interior que nos une con todo.

No es fácil para la mente del hombre actual, acostumbrado a la complejidad tecnológica y de todo tipo, con la que suele organizar su vida, valorar la sencilla práctica del silencio, que con frecuencia le llega a resultar incluso incomprensible. Lo habitual es consumir el tiempo en la conquista de objetivos mesurables y palpables y correr en pos de mejoras, que lejos de proporcionar una dicha verdadera, nos suelen sumir en un estado de desasosiego y lucha interna. Con frecuencia nos preguntamos, qué podemos aprender del silencio, si son las palabras las que siempre nos dan las respuestas, si son nuestras ideas las que nos explican el sentido de las cosas. Pero no es así, sino precisamente al contrario, es la certeza con la que asumimos la veracidad de cada palabra o la sumisa aceptación con la que llegamos incluso a definirnos a nosotros mismos, como un cuerpo, como un nombre, como una historia personal, donde perdemos la percepción inexpresable de nuestra verdadera esencia  y nos limitamos en un saber sobre el que no podemos fundamentar una vida plena.

Desde que nacemos hemos aprendido que aprender es acumular conocimientos, añadir nuevas habilidades y adquirir condicionamientos con los cuales pretendemos saber cómo vivir. Buscamos siempre algo en que apoyarnos, trucos, recetas, técnicas concretas para aplicar, incluso llegamos a creer que podemos llegar a Dios a través de un camino trazado, por el cual transitar hacia un futuro donde nos espera todo tipo de bienes materiales o espirituales. Confundimos los contenidos de nuestra mente con nosotros mismo y creemos que nuestro valor aumenta, cuando aumentan las capacidades que poseemos o los estados mentales que vivimos. Pero no hay nada externo, y externo es nuestro pensar, que pueda definirnos, ni completarnos, ni darnos significado, no hay ninguna frase que pueda explicarnos, ni ningún estado mental que pueda realizarnos.

Sólo el silencio nos descubre otra manera diferente de aprender. Es el aprendizaje que sucede como un acontecimiento interno de maduración y transformación, donde el que aprende ha absorbido hasta tal punto lo aprendido, que ya no es el mismo. Desde esa nueva identidad surge otro nuevo aprendizaje, más profundo, más completo y así ilimitadamente, mientras nuestra identidad pensada se va disolviendo, casi imperceptiblemente, en el propio movimiento del aprender. Porque es ese aprendizaje, desprovisto de la idea de que es alguien el que está aprendiendo, el que renueva cada instante de vida y lo hace único y por tanto verdadero.

Con la práctica del silencio no intentamos parar los pensamientos, ni dejar la mente en blanco, ¡cómo podríamos hacerlo! El corazón late, el pecho respira, la mente piensa. Es el silencio, como claridad y apertura, el que puede acoger cada pensamiento con la comprensión necesaria para permitirle esfumarse sin dejar huella, manteniendo inmaculado el espacio interno, sin sombras que proyectar, sumidos en la gozosa aceptación de cada instante.

Con la práctica del silencio podemos aprender a desaprender, podemos recuperar la mirada inocente que nos hace desechar cada pensamiento, como la mera expresión limitada de un instante en el tiempo. Sentados en contemplación, paseando, realizando cualquier sencilla actividad de la vida cotidiana, podremos observar ese movimiento del vivir que son los pensamientos de nuestra mente, sin involucrarnos, ni dejarnos dividir, íntegros y unificados en un sencillo darse cuenta.

 

Marisa Pérez