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Meditar o no meditar

Beatriz

Cada vez hay más críticos a la utilización instrumental por parte de occidente de las prácticas meditativas del oriente. Acusan al mindfulness y, también se podría decir del yoga, de haberse convertido en una droga espiritual; que su práctica es para buscar un bienestar y un calmar la ansiedad que este loco sistema de producción y consumo produce en una gran parte de la población mundial sin ir a las raíces de nuestro infortunio. Y que esa intrumentalización descontextualiza un método que debería estar inserto en un corpus de sabiduría, que no busca una eficacia psicológica sino la liberación de todos los condicionamientos que nuestra mente nos impone como velos que ocultan la verdad de la auténtica naturaleza de las cosas.

Dicen los críticos que con esa descontextualización que, también en muchos casos propicia que se olvide la dimensión virtuosa que debe acompañar a toda práctica meditativa,  se puede convertir en la nueva herramienta de dominación por parte del sistema capitalista, que sigue explotando y exprimiendo la vida de los trabajadores, pero les da una sesión de meditación con la consigna de que el estrés es producto de su incapacidad para aceptar la realidad tal cual es y hacerles volver al puesto de trabajo -desde el que se decide, quizá, una nueva deforestación en el amazonas-, con una anestesia moral producto de una mala interpretación de que la  ausencia de juicio en el momento que se medita, por ejemplo en la respiración, es trasladable a la vida propia.

Carentes de juicio los sedados ejecutivos de las grandes multinacionales, con serotoninas y endorfinas que producen bienestar recorriendo sus circuitos bioquímicos abortan cualquier atisbo de rebelión contra las injusticias laborales, que son las que generan el estrés, en la mayoría de sus trabajadores y en ellos mismos, pues la “aceptación radical” se ha convertido en un lema mal entendido e incluso instrumentalizado por los departamentos de recursos humanos, como una consigna que permite justificar las injusticias laborales y económico-sociales que el mundo actual de la empresa ejerce sobre todo dominio social y natural.

Acuden los occidentales estresados en busca de una píldora de bienestar que les permita seguir adelante sintiendo un poco menos la presión de una vida vivida a medias, pues ha sido sometida al imperio hedonista en el que se ha convertido occidente y consumen meditación, como antaño consumían experiencias psicodélicas o como consumen ansióliticos, parches para curar los síntomas, sin querer ir a las raíces de las raíces, que es la propia alma deconstruida por ausencia de Ser, en vez de tener.

Pero la calma y el cierto sosiego que produce la meditación al principio es sólo el comienzo del viaje. Y no fue diseñada para convertirse en un objeto de consumo que calme nuestra ansiedad, aunque lo logre en los primeros estadíos, y pueda ser bálsamo de unos meses para la angustia de tanta gente sin tener que recurrir a fármacos. Sino que se diseñó para el despertar de lo que somos y que anda recubierto de máscaras y velos egoicos impidiéndonos respirar desde lo profundo, desde nuestro corazón abierto, que unifica la multiplicidad en un único sentido de libertad de ser como Dios en la tierra, creando primaveras a cada paso.

La meditación si se profundiza en la dirección adecuada,  es decir acompañada de sabiduría y virtud pronto nos revelará todo lo que tenemos pendiente en el sótano de casa, vendrán los fantasmas y los miedos a mostrarnos la parte de nosotros mismos que no queremos ver, la que está herida, la que no es como nos la contamos, la vulnerable, la egoista, la cruel…

Vendrá la autoindagación necesaria que nos revela que para nacer en espíritu hay que morir a una falsa idea de nosotros mismos. Y atravesaremos el desierto como Jesús, y quizá bajemos al infierno a enfrentarnos con nuestros demonios interiores y el proceso se convertirá en arduo y difícil y la base de calma que apareció al principio será la mesa firme para asentar el microscopio y observar los virus que nos enferman a nosotros mismos y al mundo que construimos entre todos, con una mente científica y compasiva para que no sigan infectándonos de falsas premisas acerca de lo que somos o de lo que es el milagroso mundo en el que estamos insertos.

Y dicen los maestros que no se trata de aceptar el monstruo que habita en mi, pensando solo en sí mismo y usando todo lo que hay a su alcance para satisfacción de sus necesidades básicas, o realizar una integración mal entendida de un inconsciente que se puede equiparar al yo interior,  pues según las tradiciones sapienciales  está más relacionado con el supraconsciente, y no se trataría por tanto de integrar  la sombra de la que hablan muchas teorías muy extendidas, y que exigiría un nuevo artículo, pues no se trata de integrar los aspectos dañinos del alma, sus tendencias al mal pensar, mal decir y mal obrar, sino identificarlas, ver sus raíces, generalmente la ignorancia de la luz que somos y realizar, entre otras operaciones cognoscitivas,  un giro voluntario hacia la Luz como recomiendan todas las tradiciones,

El mal está ahí, ignorante de cómo hacerlo mejor, y se trata de elegir un mejor camino, un mejor obrar, pensar, decir, con esfuerzo, muchas veces, de vencer automatismos, inercias, gracias a la luminosa fuerza que da la comprensión de las raíces del mal en nosotros, ignorancia de lo que está en juego, ignorancia de que esa manera de defendernos nos esclaviza a la mentira, ignorancia de que somos un fondo de bondad infinita.

Atravesar desiertos y desapegarnos de la autoimagen ideal, que cree que puede poseer el mundo por solo desearlo, cuando no tenemos ni siquiera control sobre uno solo de nuestros parpadeos involuntarios, aceptar la evidencia de nuestra pobreza de espíritu. Asomarnos al abismo de la nadedad sin hacer pie en lo que sostenía una falsa identidad autoconstruida, como defensa del dolor ontológico de estar escindidos de la matriz generadora de plenitud y abundancia, de esa verdad, belleza y bondad que anhelamos ser, pues el fondo de nuestra realidad.

Duele mucho que nada es como nos lo contábamos y sentir plenamente la vulnerabilidad de nuestra incapacidad de Ser lo que realmente somos y que aunque intuimos no podemos ver por nuestros velos.

Meditar es un proceso de desvelamiento, es un girarse hacia la luz y un desapegarse de las sombras que creemos ser, que son solo ignorancia de nuestra esencia fundamental, que nos llama queda y silenciosa, elocuentemente dorada desde lo profundo.

Y no es fácil, requiere un proceso de perseverancia, de sinceridad, de coraje y de muchas otras virtudes y también de la aceptación que al final es una Gracia, la que con una palabra suya bastará para sanarnos, la que nos salva de la ceguera, en una iluminación que deviene como un relámpago, y que si no acontece nos quedaremos con la tarea del desvelamiento a medias, y así ha de ser, hasta la siguiente oportunidad, si llega….

Y dicho esto, siento que incluso en esa instrumentalización que se hace de la meditación como un salvavidas, una droga que no permite ver la causa del mal que nos aqueja, y anestesia el dolor por momentos, impermanentes, hay una misericordia escondida  y que esa primera calma que busca el occidente estresado, como una droga espiritual, puede devenir, por la Gracia inserta en estos métodos contemplativos revelados a hombres iluminados y que son canal de gracia,  una primera experiencia que resquebraje los muros del granero, donde atesoramos nuestros falibles recursos humanos, para poder ver, si finalmente son derruidos, por el yunque de la autoindagación, la luna del conocimiento refulgir preciosa y divina recordándonos quien en verdad somos.

Beatriz Calvo Villoria